Ese día discutieron y se insultaron un buen
rato. Como ya se conocían todos sus defectos, decirse estúpido, tarado, idiota, imbécil, ya no los ofendía.
Inclusive se dedicaba, cada uno, a informarse para enriquecer su vocabulario de
insultos. A veces se decían palabras que ni siquiera el que las empleaba
conocía su significado, pero si sonaba fuerte y se decía con dureza, tenía que
ser un insulto.
Bien. La noche de la discusión ya estaban
calmados. R... se dirigió al baño para darse un duchazo. A… en el dormitorio
recorría su cuerpo frente al espejo. Él descubrió un puntito rojo en el
antebrazo izquierdo. A la mujer le había
aparecido un lunar en la mejilla derecha. Sorprendidos, cada uno, fue a buscar
al otro para mostrarle lo suyo. Movieron la cabeza. Sonrieron. Y con un gesto
de indiferencia no le dieron importancia. Esa noche copularon, pero cada uno
estuvo muy atento a aquellas apariciones.
En la mañana el lunar de A… había crecido
del tamaño de una moneda de diez centavos. En el antebrazo de R… el puntito
rojo se había convertido en un bultito que al tocarlo se dio cuenta que estaba
muy duro. Lo miró un buen rato a través del espejo. Parecía una picadura de
pulga, sólo que más compacta.
A las tres de la tarde el lunar de A...
abarcaba gran parte de su pómulo derecho. A las seis de la tarde R… trató de
reventar el promontorio. No pudo al primer intento, pero luego, después de
untarlo con una crema anestesiante, introdujo una aguja que se quebró a la
mitad; luego trató de cortarlo con un filudo cuchillo desde la base, pero sólo
lo consiguió a medias. Después no supo qué hacer. Era ya de noche y decidió
acostarse. En ese momento ya el lunar de A… ocupaba medio rostro. Mira, dijo A...,
cómo tengo la cara. R... ni siquiera volteó a mirarla. Esa noche no cerró los
ojos. Amaneció contemplando el bulto que en algún momento pareció moverse. Se
levantó y fue al baño. En ese instante escuchó la voz de su mujer llamándolo.
Lo pensó dos veces antes de volver al dormitorio a ver qué pasaba. Cuando llegó
al cuarto A… estaba señalando a aquellos gusanos que se enroscaban y
desenroscaban sobre la sábana. ¿De dónde han venido?, preguntó a R..., y ambos
miraron el cielo raso. Nada extraño descubrieron ahí. Un poco descascarado,
pero ninguna huella de bichos agusanados. De pronto A... estiró la mano y le
señaló el brazo a R… De la herida que había dejado entreabierta asomaban
cabezas y cuerpos de varios gusanos que iban cayendo sobre la cama. Ya el
rostro de A... estaba totalmente cubierto por una mancha negra que empezó a
adquirir movimiento. Como una mano engarrada empezó a avanzar hacia el cuello,
los hombros, brazos, pecho, espalda…
Ambos decidieron acostarse. “Durmamos
mejor, dijo R... Es sólo un mal sueño.” “Una pesadilla”, agregó A… sin
alterarse. Y los dos cerraron los ojos.
- No
te has dado cuenta de una cosa, R...
- No.
¿De qué?
- Hace
varios días que no discutimos…
- Ajá…
Cierto.
- Creo
que estamos cambiando…
- Sí.
Duerme ahora, querida. Mañana sabremos en qué nos convertimos…
-
Duerme bien, mi amor. Te amo.
- Yo
también…
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