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miércoles, 22 de enero de 2014

Metabolo - Cuento corto de Julio Polar.



   Lo primero que nos enseñan de pequeñitos es a mentir. Después nos encargamos de encontrar culpables para justificar nuestros errores y defectos. A... y R... son una pareja que no debieron juntarse. Sus discusiones y peleas eran continuas. Parte de su rutina diaria era echarse la culpa mutuamente de sus frustraciones y fracasos. Pero, cosa extraña, jamás consideraron  realmente su convivencia un verdadero fracaso, a pesar de sus constantes acusaciones. Tal vez era una especie de ejercicio estos enfrentamientos. Así como hay personas  que van al gimnasio para tener sus cuerpos siempre en actividad, es posible que ellos consideraran sus peleas como parte de un ejercicio convivencial.
    Ese día discutieron y se insultaron un buen rato. Como ya se conocían todos sus defectos, decirse estúpido,  tarado, idiota, imbécil, ya no los ofendía. Inclusive se dedicaba, cada uno, a informarse para enriquecer su vocabulario de insultos. A veces se decían palabras que ni siquiera el que las empleaba conocía su significado, pero si sonaba fuerte y se decía con dureza, tenía que ser un insulto.
    Bien. La noche de la discusión ya estaban calmados. R... se dirigió al baño para darse un duchazo. A… en el dormitorio recorría su cuerpo frente al espejo. Él descubrió un puntito rojo en el antebrazo izquierdo.  A la mujer le había aparecido un lunar en la mejilla derecha. Sorprendidos, cada uno, fue a buscar al otro para mostrarle lo suyo. Movieron la cabeza. Sonrieron. Y con un gesto de indiferencia no le dieron importancia. Esa noche copularon, pero cada uno estuvo muy atento a aquellas apariciones.
    En la mañana el lunar de A… había crecido del tamaño de una moneda de diez centavos. En el antebrazo de R… el puntito rojo se había convertido en un bultito que al tocarlo se dio cuenta que estaba muy duro. Lo miró un buen rato a través del espejo. Parecía una picadura de pulga, sólo que más compacta.
    A las tres de la tarde el lunar de A... abarcaba gran parte de su pómulo derecho. A las seis de la tarde R… trató de reventar el promontorio. No pudo al primer intento, pero luego, después de untarlo con una crema anestesiante, introdujo una aguja que se quebró a la mitad; luego trató de cortarlo con un filudo cuchillo desde la base, pero sólo lo consiguió a medias. Después no supo qué hacer. Era ya de noche y decidió acostarse. En ese momento ya el lunar de A… ocupaba medio rostro. Mira, dijo A..., cómo tengo la cara. R... ni siquiera volteó a mirarla. Esa noche no cerró los ojos. Amaneció contemplando el bulto que en algún momento pareció moverse. Se levantó y fue al baño. En ese instante escuchó la voz de su mujer llamándolo. Lo pensó dos veces antes de volver al dormitorio a ver qué pasaba. Cuando llegó al cuarto A… estaba señalando a aquellos gusanos que se enroscaban y desenroscaban sobre la sábana. ¿De dónde han venido?, preguntó a R..., y ambos miraron el cielo raso. Nada extraño descubrieron ahí. Un poco descascarado, pero ninguna huella de bichos agusanados. De pronto A... estiró la mano y le señaló el brazo a R… De la herida que había dejado entreabierta asomaban cabezas y cuerpos de varios gusanos que iban cayendo sobre la cama. Ya el rostro de A... estaba totalmente cubierto por una mancha negra que empezó a adquirir movimiento. Como una mano engarrada empezó a avanzar hacia el cuello, los hombros, brazos, pecho, espalda…
    Ambos decidieron acostarse. “Durmamos mejor, dijo R... Es sólo un mal sueño.” “Una pesadilla”, agregó A… sin alterarse. Y los dos  cerraron los ojos.
  -  No te has dado cuenta de una cosa, R...
  -  No. ¿De qué?
  -  Hace varios días que no discutimos…
  -  Ajá… Cierto.
  -  Creo que estamos cambiando…
  -  Sí. Duerme ahora, querida. Mañana sabremos en qué nos convertimos…
  -  Duerme bien, mi amor. Te amo.
  -  Yo también…

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